Animales sueltos son dos palabras de periódica pero eterna presencia en las columnas de comentario sobre las áreas de campaña de nuestra provincia. En las redacciones, suelen ser sinónimo de algo mencionado hasta el hartazgo: uno de esos temas a los cuales el periodista acude cuando no tiene tiempo de pensar algo con mayor pulpa de novedad.
Sin embargo, y como lo demuestra hasta el cansancio la experiencia sobre percances automovilísticos, los animales sueltos constituyen un peligro de la máxima significación. Concretamente, uno de los más serios que aparecen de pronto frente a un conductor. Equivale, por ejemplo, a un peñasco de grandes dimensiones que de pronto cayera sobre el camino, sin que el automovilista tenga tiempo o chance para esquivarlo.
No es, entonces, en absoluto, un tema trivial. Lo que ocurre es que no hay más remedio que mentarlo con frecuencia, porque se trata de una amenaza mortal, siempre presente, como si su corrección constituyera directamente un imposible.
Animales sueltos hay en todos los caminos, pavimentados o no, del interior. Pero queremos detenernos solamente en lo que ocurre en la ruta 307 que une San Miguel de Tucumán con Tafí del Valle y las siguientes localidades de la zona serrana. A pesar de nuestros reiterados editoriales y de las cartas de los lectores, en esa carretera los animales sueltos -yeguarizos o vacunos- tienen una presencia permanente. Solos o en grupo, aparecen de pronto frente al conductor en cualquier punto del trayecto, y sobre todo en el amplio tramo que se extiende, digamos, entre Duraznos Blancos y varios kilómetros después del desvío a El Mollar.
Si pensamos que aquella súbita aparición puede estar rodeada de escasa visibilidad, por ser de noche o por la frecuente niebla, resulta fácil imaginar las dimensiones del accidente que puede ser su consecuencia. El archivo gráfico de nuestro diario conserva impresionantes imágenes, recientes o antiguas, de vehículos destrozados por haber embestido un animal, generalmente con una dramática secuela de muertos y heridos.
Evidentemente, tienen algún propietario estos animales que circulan caminando o pastando por una carretera. Y, evidentemente también, a ese propietario le son indiferentes las antiguas y muy acertadas normas legales que obligan a mantenerlos dentro de un cerco, o atados, para que no se presenten en la vía pública. De más está decir que la situación, igualmente, está indicando que las autoridades responsables de esas jurisdicciones no toman las medidas necesarias para que los dueños de ganados acaten las disposiciones al respecto.
Como lo decimos, no estamos de modo alguno ante un problema nuevo. Es algo que se produce, sin modificación perceptible alguna, desde tiempo inmemorial. Nos parece que ha llegado el momento de terminar con la impunidad con que se crea así, a todas las horas de la jornada, un riesgo muy serio para los automovilistas.
La autoridad tiene la obligación de terminar con esta costumbre de enviar los animales a pastar por la carretera; siempre, y mucho más en la temporada de verano, cuando el tránsito hacia y desde los Valles adquiere una enorme intensidad. De otro modo, se está autorizando la existencia de un peligro gravísimo en la carretera. Pensamos que no pueden existir dos opiniones al respecto, y que las medidas correctivas deben efectivarse con la máxima urgencia.